lunes, 7 de abril de 2008

La Juana Vásquez Quintero es una mujer hecha y derecha. De armas tomar. Es alta, de pelo castaño, piel morena clara y ojos café claro o color miel.

Nació en una familia donde por azares del destino, murieron sus dos hermanas mujeres mayores que ella que llevaban el mismo nombre: Hermida; de tal forma, que resultó la única mujer de cuatro hijos: Roberto José, Denis y Pablo Emilio. Todos hijos de Roberto Vásquez Rojas y de la Amalia Quintero.

De joven conoció a un costarricense, amigo y compañero de estudios de Medicina en León de los hermanos Saúl y Ronaldo Carballo, quienes lo invitaron a pasar vacaciones en La Concha. Se enamoró perdidamente del “tico Soto” y una vez realizado el matrimonio tuvo ocho hijos: las cinco primero, mujeres y luego un varón, nuevamente una mujercita y por último un varón.

Para obligarla a tener un matrimonio ordenado, fue castigada por sus padres, este fue el primer y único castigo ya que sus padres la amaban en demasía, lo que ocasionaba celos de sus hermanos con excepción del pequeño Pablo, quien-por la diferencia de edades y por ser el menor de los cuatro-ella veía como un hermano, pero también como un hijo mayor.

Cuando se refería a sus hijos, con su sonrisa franca y cantarina afirmaba: “Buscando a los varones, me llené de mujeres” o “Mis hijos son mis joyas y mis haciendas”.

Mujer de armas tomar. Usaba armas y disparaba muy bien. Portaba armas para ahuyenta a gente mala o para imponerse en un pueblo donde la mayoría de los propietarios de fincas y terrenos eran hombres.

Aprendió a manejar vehículos por cualquier eventualidad o para salirle al paso a cualquier situación que requiriera un conductor o conductora. En esa época, en La Concha no había clínicas de salud ni hospitales, por lo que, los enfermos eran trasladados de emergencia hasta las ciudades de Jinotepe o Diriamba que distaban entre 10 y 15 kilómetros según el caso. No una vez llevó a enfermos graves a estas ciudades. También manejaba camiones, jeeps o carros según la ocasión.

Manejaba camión- un GMC (General Motors Company) amarillo con barandas negras- por efectos de su trabajo. Cuidaba sus propiedades con el apoyo del mandador y de los consejos de sus hermanos, pero la vigilancia de las propiedades la hacía sola. Iba en su camión a las fincas donde vendía a compradores o compradoras sus cosechas de naranja o de mandarina, una vez que sus padres decidieron cambiar el cultivo de café por el de cítricos. A veces, prefería llevar su fruta de manera directa a los mercados de Managua.

El proceso de cortar la fruta, contarla y organizarla en canastos era vigilado y organizado por ella. Tardaba varios días en ese trabajo pesado, pero atenta siempre a que la fruta no se maleara y fuera a perder la inversión realizada.

El trabajo duro no aminoraba su feminidad. Era femenina y orgullosa de ser mujer. Sus embarazos no le impedían continuar con su trabajo.

Gustaba de todos los colores para vestir, pero tenía predilección por el color rosa vieja y por el camel o ruibarbo como ella lo llamaba. Vestía pantalones con cargadores en los pies para el trabajo, pero era elegantísima para su vestimenta. Seleccionaba sus colores y accesorios con esmerado cuidado. Telas, sedas, linos, poplines, dacron, casimires, aplicaciones, gipiur, bordados eran parte de su léxico natural cuando conversaba con sus familiares modistas como la Talita Quintero, o sus amigas modistas de Masaya o de Managua.

Otro elemento que tomaba en cuenta era la combinación y el contraste entre el color y los bordados.

Disfrutaba usar un traje ruibarbo el que combinaba con zapatos y cartera del mismo color, al que agregaba guantes y sombrero para las grandes ocasiones.

Su colección de sombreros y casquetes era impresionante. Negros con lazos en el frente o de lado, celeste con florcitas volantes, de palma, de jipijapa. Los casquetes eran de todos colores: café, crema, rosa, verde oscuro. A estos, les agregaba guantes o mitones de similar color.

Verla vestirse era ver vestirse a una actriz. Era todo un espectáculo. Se tomaba su tiempo y solamente salía hasta que todo estaba en su sitio. Cuidadosamente arreglada.

Igual sensación producía su conocimiento sobre el maquillaje. Su favorito era Max Factor. Cada sesión de maquillaje era una lección para mejorar los atributos. La Juana daba la lección y empleadas e hijas eran toda atención a sus palabras.

Tenía especial cuidado para el uso de las telas para el calor y para el frío.

La Juana fumaba. Con pitillo o sin pitillo, pero fumaba. Ese gesto evidencia que vivía con ansiedad pero le daba placer fumar. No permitía que sus hijas lo hicieran. Consideraba que era un mal para la salud y que no se debía permitir ninguna adicción. Su fumado se acentuaba cuando jugaba naipes como forma de entretenimiento. Los juegos se realizaban por la noche sin mediar dinero alguno. Era por diversión. Se ganaba o perdía granos de maíz o frijol. Jugaba 21, y a pesar de que sabía jugar póker no era su juego preferido, prefería el desmoche, o el juego de cartas simple. Cuando en el desmoche lograba juntar un “mico” de tres Ases armaba algarabía y tenían que pagarle en maíz el doble. En el juego demostraba una gran agudeza mental y observación. Conocía la baraja y tenía intuición para saber o adivinar el juego de su contrincante.

A Mamamalia, su madre, el juego de naipes no le gustaba. Consideraba que era un tiempo perdido pero aceptaba que se jugara mas por socializar que por la ventaja que el propio juego produciría como enseñanza de tácticas.

La Juana también disfrutaba de los juegos físicos. Armaba con los sobrinos y sobrinas y con las tías y tíos, equipos de base-ball o de otros juegos. En las propias calles del pueblo se realizaban los juegos los que servían de diversión a la gente del pueblo. El juego le servía para tener agrupados a la gente que le rodeaba. Daba normas y orientaciones para evitar disgustos cuando un equipo perdía. Afirmaba que se debía jugar con reglas y que las mismas servían para evitar desórdenes. Era manager, capitán, réferi, árbitro, en fín, el juego giraba alrededor de ella.

En una oportunidad, convenció a Darma Lila Escoto, esposa del tío Omar Carrasquilla y a Marlen Blen, esposa del tío Uriel Carrasquilla, para que participaran en uno de tantos juegos de base-ball callejeros. Fue toda una proeza. Ese juego fue alegre. Logró captar barra entre los concheños, lo que animó aún más la victoria del equipo ganador. Esos recuerdos son imperecederos. Cuando se evocan, evocas el juego mismo como un proceso de memoria mnemotécnica.


El juego era parte de la Juana. Cuando tuvo a sus hijas grandes creó un equipo de Basquet-ball con uniforme y manager. Convenció a Roberto Cajina para que entrenara a sus hijas y en el patio-que antes servía para asolear el café –como estaba en desuso por el cambio de cultivo, ahora sembraba cítricos –construyó una cancha de básquet-ball y en la misma se realizaban los ejercicios de entrenamiento del equipo. Ella observaba las prácticas y luego, daba sus apreciaciones. No sé si fue ella o el entrenador el que decidió cuál de los puestos tenía que jugar cada quien, el asunto es que el cuadro del equipo terminó así: Rosa, defensa; Remida, defensa; Amalia, centro; Lilly, alero derecho y remate y Betty, alero izquierdo y remate. Jenny estaba en la banca y era más pequeña. Rodolfo y Edwin formaban parte de la barra.

El equipo entrenó tanto que llegó a competir en la liga departamental de Carazo y hacía juegos de exhibición. En una oportunidad, estando muy tensa la situación del triunfo y habiendo logrado el mismo, la Juana se entusiasmó tanto que de manera olímpica, tomó su pistola y a la mejor manera del Oeste, disparó al aire de alegría, descargando todo el magazín, lo que le valió al equipo una llamada de atención por parte de los organizadores del torneo departamental. Ese fue un juego fenomenal. Abrazaba y besaba a cada una de sus hijas con una excitación y alegría digna de encomio. Disfrutaba de su esfuerzo, de su diseño y de sus cualidades de manager. Era el reconocimiento que su pequeño ejército le daba.

La Juana era fenicia, comerciante a más no poder. Vendía y negociaba con cualquiera, cualquier cosa. Para educar a sus hijos, decidió que además de ver y dirigir las propiedades ella podría hacerle frente, con una buena administración, a una venta miscelánea o de abarrotes. Esto le permitiría educar a sus hijos en el manejo del dinero, en el conocimiento y sabiduría del costo de las cosas y en la habilidad de administrar así como en el arte de manejar excedentes y reservas.

El orden y la disposición de los artículos de la venta eran ejemplares. Ahí encontrabas desde un clavo hasta un ajuar de novia. Desde gas para encender una cocina hasta un bolso redondo. Desde zapatos y botas para el campo hasta una aguja. Desde el pan diario hasta un mecate delgado en bola. Desde jabón y detergente hasta un pañal. Especial lugar ocupaba la farmacopea. Si buscabas una Divina, Sal de Uvas Picot o agua florida, donde la Juana la hallabas.

Era una tienda sin nombre y sin rótulo, pero la utilización de la misma fue provocando en los concheños la necesidad de nombrarla, de tal forma, que algunos la llamaban “la venta de la Juana”, “donde la Juana” y por efectos de ubicación, ya que quedaba en la esquina, también la conocían como “la esquina de la Juana”, de tal manera, que para un extraño o forastero se comenzó a convertir en un referente de ubicación geográfica para el pueblo.

Vender medicinas y plantas medicinales obliga a tener un saber particular. También obliga a conocer de antemano los síntomas o el diagnóstico empírico de a quien le vas a administrar el medicamento. Debes de saber qué recomendar para un dolor de cabeza pasajero o para una migraña. Poco a poco, las hijas también ya recetaban.

El proceso de empaque de las medicinas o de las plantas medicinales era realizado por el equipo de sus hijas y algunos empleados.

La ipecacuana era comprada en Managua por libras y subdividida en porciones debidamente medidas con un juego de cucharitas de onzas, medias onzas y menos. El papel de envolver o de periódico era primero organizado en dieciséis-avos y en cada uno de esos trozos de papel era colocada la medida de ipecacuana para luego ser envuelta en un doblez que con el mismo papel se sostenía. Oregami total. Una vez realizado el proceso se contabilizaban para colocar el número de raciones o porciones en la parte delantera de la gaveta donde se colocaban para la venta.

De similar forma se procedía cuando la medicina era una planta. Esta se partía en pequeños manojos los que eran amarrados con hilos para que a la hora de venderlos los mimos fueran contabilizados. Así se procedía con la borraja y otras plantas medicinales.

Los líquidos permanecían en bidones, pero para la venta eran trasladados a envases de hojalata los que eran vaciados en cuartas o medias cuartas según la compra. Este era el proceso para vender gas o kerosén y el aceite comestible.

Los granos: maíz, frijoles, arroz, trigo y otras gramíneas eran recibidos en quintales, los que se abrían y se cuidaban con esmero para evitar que se les introdujeran plagas, de manera particular los gorgojos. Los granos eran medidos con un medio de madera o con un cuartillo o medio cuartillo. Según la compra, también eran medidos por libras, medias libras, cuatro onzas o dos onzas. Para este menester se disponía de una balanza para cada grano y ¡Ay de aquél o de aquella que intercambiara las balanzas!

La sal y el azúcar eran libreadas. Jamás debían colocarse cerca del gas o el aceite para evitar que tomaran el olor a gas o se impregnaran de aceite. Cuido práctico y sabio.

Lo relativo a los mecates, lianas, mecapales, o mecatillo de bola era toda una experiencia. Tenían su propio lugar. Eran seleccionados según el grosor, amarrados conjuntamente y colocados en unas reglas con ganchos que de antemano se habían dispuesto para ellos. Se bajaban con una vara que en su punta superior tenía un clavo y una vez realizada la venta debían colocarse en su respectivo lugar. Las lianas servían para amarrar cajas o para realizar medidas que los albañiles y constructores utilizaban para realizar las obras de construcción en el pueblo.

En las épocas de Navidad se procedía a realizar empaques de regalos con papeles de motivos navideños, renos, santa Claus, pastorelas, y flores de pascua a los que se les agregaba moños de colores brillantes en rojo, verde, dorado y plateado. Se mantenía una reserva de cajas de todo tamaño las que se iban acumulando cuando algún cliente no deseaba llevarse la caja de algún objeto que compraba. Todo esto se guardaba para el proceso de empaque. Se disponían los rollos de tape, tijeras y se daba un entrenamiento adicional para empaques complicados. Tenías que saber empacar una prenda o un objeto sin caja y con caja. Era toda una odisea. Esto te predisponía a tener una visión geométrica y económica para ahorrar papel y lograr un final exitoso, el que era celebrado por el reto y la dificultad que habías superado al lograr un empaque decente, o sea un buen empaque.

Para obtener telas o cortes de buena apariencia o calidad y poder venderlos o realizarlos, la Juana tenía habilidades negociadoras con los “marchantes” árabes o turcos que llegaban a ofertar al pueblo su mercancía. Como la compra se realizaba al por mayor, el precio bajaba y los ratos posteriores al negocio eran aprovechados para conocer sobre las tierras de donde el marchante era originario. Así se conocía de Túnez, Abisinia, y otros lugares del mundo y también aprendías pequeñas palabras o frases en árabe, de ahí que “javivi atina bosa” significa “Amor, dame un beso “ y para que la plática continuara, la Juana invitaba al marchante a tomar un café o un refresco.


La Juana había estudiado Secretariado donde la Julieta Matamoros en Managua. Sus estudios le habían permitido desarrollar conocimientos teórico prácticos de las relaciones interpersonales y estos, aunado al desarrollo de las relaciones sociales dentro de su propia familia o de su grupo primario, fomentaron en ella su relación con el resto de la gente. Era política y con una acción social beligerante.

Cuidaba a las muchachas cuyos novios o enamorados se las habían llevado “de huida” mientras el novio pasaba prisión por la denuncia de sus padres. Cuidaba y ayudaba a los enfermos. Auxiliaba a los que mantenían actitudes en contra del régimen político, pero cuidaba de no verse involucrada de manera directa. Negociaba al igual que Mamamalia con los Comandantes de la policía de turno. No era iglesiera pero ayudaba a las buenas obras.

Inventaba veladas para recolectar fondos para la iglesia. Hacía que sus hijas bailaran, recitaran, declamaran y se tomaba el tiempo para que los “números” fueran bien recibidos por el público. Animaba a la gente a desarrollar sus dones y sus talentos. Sólo así se explica como Róger Pérez de la Rocha siguiéndola se atreviera a declamar “Los motivos del lobo” de Rubén Darío en el Teatro de los Uriza ante el público conchero.

Seleccionaba las poesías y participaba en los ensayos. También cuidaba de los trajes con los que se tenían que desarrollar los números en la velada. Sus hijas bailaban rock and roll en grupo, vestidas de negro con lentejuelas plateadas en sus camisetas y blusas. Amalia participó en una velada bailando “Mi Poneloya” envuelta en una toalla enorme blanca adornada con flores como rosas o dalias de color rosado y magenta.

Rosa fue seleccionada para declamar “Sonatina” con participación del elenco conchero. Pastora Arévalo de princesa, y Amalia, de príncipe.

Disfrutaba hasta la saciedad inventando bailes de disfraces. No escatimaba gastos para la elaboración de los disfraces. Betty fue disfrazada de Diablo. Su traje era como de arlequín en tafetán y satín dorado, rojo y verde con una cola negra rellena de tela para sostenerla erecta y una capa reversible. Sus ojos estaban cubiertos por un antifaz que junto a la capa y los cuernos diabólicos constituían una sola pieza.

Amalia era una bailarina exótica del Lejano Oriente con un traje verde aqua de brassier forrado con lentejuelas de todos colores y una falda de tul o velillo del mismo color. Hermida fue disfrazada de ángel con una túnica blanca y una flor de tallo largo de color blanco en sus manos. A Lilly la disfrazó de árabe con un traje largo de tul celeste-gris con un velo cubriéndole el rostro, dejando solamente los ojos al descubierto para observar. Rosa como ya era adolescente no se quiso disfrazar. Ese baile de disfraces era la celebración del cumpleaños de Azucena Mendoza, que junto con la Amandita, una de sus hermanas mayores, la Juana había organizado. Azucena fue disfrazada de española con traje blanco de lunares rojos, con vuelos y peineta y mantilla a la usanza española.

También era promotora del arte y disfrutaba viendo a Róger Pérez hacer sus bocetos y sus pinturas al óleo. Pero también era una mandamás de primera, con una disciplina férrea para el cuidado de las cosas y para el cumplimiento de las tareas escolares.